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31 enero, 2024

Seres humanos o personas: ¿dignidad o valor? (parte I)

¿Qué clase de sustancia somos los seres humanos? ¿Qué nos distingue de otros seres? ¿Qué poseemos que nos hace tan específicos? Nos puede parecer evidente la distinción entre realidades inanimadas, tales como artefactos, y nosotros. Sin embargo, aun así no es tan sencillo indicar una definición clara que diferencie. Un artefacto ha sido diseñado y construido por un ser inteligente con una finalidad concreta. No obstante, ¿estas palabras no designarían igualmente nuestra existencia si hubiéramos sido “creados” en un laboratorio con una selección de genes?

Podríamos señalar entonces la necesidad de que exista una unidad: la unión de distintos materiales con sus formas y engranajes daría lugar a un aparato, pero cada parte por sí sola no puede desempeñar la finalidad del conjunto (una puerta sola sin bisagras, o sin estar combinada a un coche o a un microondas, no tiene sentido). No sucede así con las distintas partes que nos constituyen como seres humanos: formamos una unidad orgánica (el ojo, la mano…), y no se trata de una unión accidental como en un artefacto. Por este motivo se afirma que somos una sustancia. ¿Qué tipo de sustancia? Una sustancia viva, y lo que nos diferencia de otras sustancias inertes es la causalidad inmanente, es decir, aquella que hace referencia a actividades  que empiezan y terminan en el agente (nutrición, crecimiento…).

Y dentro de esta clasificación, podemos definirnos como sustancias vivas animales pues tenemos conocimiento sensible: percibimos y tenemos experiencias subjetivas, siendo conscientes, por lo que la última diferencia con el resto de animales consistiría en esta capacidad de pensar, de aprehender conceptos abstractos y universales. Es decir, nuestro conocimiento no se basa exclusivamente en lo sensible, sino que también es intelectual, pues formamos conceptos que no sólo hemos visto o experimentado, razonamos, relacionamos proposiciones…

conviene detenerse en otro aspecto específico del ser humano además de su racionalidad: la conciencia.

UNA PROPUESTA A LA NATURALEZA HUMANA

Tras esta breve introducción que ha tratado de responder a qué clase de seres somos, conviene detenerse en otro aspecto específico del ser humano además de su racionalidad: la conciencia. Se trata sin duda de un misterio pues resulta inaccesible no sólo a una definición, sino a saber qué es y cómo funciona. “¿Qué ocurre en el cerebro cuando tenemos un pensamiento? Pese a los avances de la neurociencia, no podemos ocultar el hecho de que todavía no sabemos la respuesta a esta pregunta con suficiente detalle. Algunos dirían incluso que la respuesta es ‘No tenemos ni la más remota idea’”. Juan Arana habla de autoconciencia y lo explica como la autotransparencia sobrevenida a la mera conciencia intencional, y prefiere este término frente a la simple reflexividad porque no se descarta que un robot o un mamífero puedan reconocerse en un espejo, mientras que la autotransparencia indica una propiedad intrínseca del proceso consciente, un rasgo fundamental que lo cualifica de principio a fin. Este aspecto fue determinante en el proceso de hominización, aunque no se pueda localizar ni concretar en qué momento y lugar ocurrió. Supuso una ruptura en la continuidad ontológica en la evolución biológica, porque provocó ciertos cambios como el desarrollo de la corteza prefrontal, la aparición de la cultura y del lenguaje, etc.

Como sustrato a este pensamiento tenemos el concepto de naturaleza de Aristóteles: el filósofo clásico habla de una esencia como principio de operaciones, donde dichas operaciones no resultan ser meras acciones, sino movimientos dirigidos a fines. Por tanto, los seres humanos somos sustancias vivas racionales con una autoconciencia que nos permite descubrir, conocer, reconocer y dirigir los fines que proceden de nuestro interior, de esa autoconciencia. Sin embargo, trata de no reducir dicho concepto ya que “se trata de una forma individual, presente en cada ser humano concreto. Es una entidad física, metida en el tiempo y en el espacio y afectada por el cambio, pero con la estabilidad propia de la sustancia. El hecho de que la naturaleza humana sea una forma individual, constitutiva de cada persona, no excluye que todos los humanos tengamos algo en común (…). La red de semejanzas que captamos sirve para construir conceptos. Y solo entonces aparece la naturaleza humana como concepto, como noción que nunca llega a agotar la exuberancia de lo real, pero que pone de manifiesto lo que tenemos los humanos de común y que se realiza de manera irrepetible en cada uno de nosotros”.

 

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ELVIRA LORENZO López (Madrid, 1990) es filóloga, apasionada de las palabras, los libros y el lenguaje. Se dedica profesionalmente a las áreas de alimentación y alojamiento en el sector Hospitality.
Lleva escribiendo desde muy pequeña: narradora de historias, necesita profundizar en la realidad, el corazón y la mente de las personas, los hechos… para poner palabras, nombrar. “Con ellos puedo verme metida en circunstancias y situaciones que quizá no viviría, y así desarrollo una visión mucho más amplia y me hago capaz de comprender más profundamente a las personas con las que me cruzo. Es como si viviera más vidas además de la mía”.
Ese mundo de palabras la conduce a su trabajo: ambos se integran con el único fin de poner a la persona en el centro; las palabras le permiten “encontrarse” con la materialidad de la gente para impulsar su crecimiento y cuidado al máximo. Además, se implica en muchos proyectos de formación y desarrollo de jóvenes, relacionados en su mayoría con su trabajo.
Es autora de un blog de literatura y escritura: Sonido de ánsar; donde sugiere libros, y publica textos de autores reconocidos, de lectores del blog y escritos propios (poesía, relato, prosa poética).