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22 abril, 2024

Seres humanos o personas: ¿dignidad o valor? (parte II)

(leer parte I)

TRANSHUMANISMO: UN CAMINO A LA PÉRDIDA DE LA IDENTIDAD

No obstante, cabe una objeción a lo expuesto: si los seres humanos somos unas sustancias vivas específicas con una conciencia que nos permite pensar, conocer y conceptualizar, y que además se realiza de manera individual formando una naturaleza humana común y a la vez única, ¿qué sucedería cuando una persona carece de facultades racionales, o cuando aún no las ha desarrollado, por ejemplo? No podemos olvidar, en ese caso, que dicho concepto de naturaleza humana integra tres aspectos: lo animal, lo social y lo espiritual: “la relación entre ellos no es de oposición (…), sino de mutua diferenciación. Y aquí lleva toda la carga filosófica de la noción de diferencia, tal y como la entiende Aristóteles en su biología y metafísica (…). Diferenciación también quiere decir aquí constitución, ontogénesis (…)”.

La clave reside en el momento en que destacamos uno de los aspectos, o uno de ellos se ve degradado por cualquier motivo: de este modo, se podría afirmar que el valor de un ser humano dependería de alcanzar el estado “quasi” perfecto (o inmortal, si hablamos en los términos que se manejan en la actualidad). Estamos de acuerdo en que el ser humano es perfectible, de hecho nuestros antepasados fueron conscientes de esta realidad “por percibir que sus manos y uñas no eran lo bastante fuertes para las necesidades de la supervivencia. Descubrieron sin embargo que podrían remediar esas carencias con prótesis minerales”. Y a continuación, Arana detecta el riesgo de la tendencia actual del transhumanismo: perder, incluso suprimir, lo que fue raíz y signo de identidad. Hace referencia asimismo a la discusión mantenida durante tiempo sobre si somos animales racionales o políticos, por ejemplo, pero ahora también se cuestiona el concepto de “animal” debido a ese deseo de alcanzar la inmortalidad.

se tendría que retomar el diálogo poniendo sobre la mesa los conceptos de naturaleza y de esencia.

Por este motivo, se tendría que retomar el diálogo poniendo sobre la mesa los conceptos de naturaleza y de esencia. Los transhumanistas rechazan dichas nociones, y por ello es posible realizar cualquier modificación, supresión o cualquier tipo de interferencia para mejorar al ser humano, eliminando toda clase de defectos o límites. No obstante, ¿qué es la esencia exactamente? ¿Dónde reside? Arana habla de que es necesario entenderlo en un modo flexible, al estilo aristotélico, recurriendo a la analogía; y es que la esencia humana no puede definirse como algo atemporal y universal, pues nos encontramos de manera esencial en un espacio concreto y dentro de un planeta determinado. Él defiende la animalidad como rasgo constitutivo de la esencia humana, pero no lo identifica plenamente con la corporeidad o la racionalidad. Él afirma que “la corporalidad forma parte por necesidad de la esencia humana; la animalidad, con toda verosimilitud también, pero no de modo necesario. En cuanto a la pertenencia a una especie biológica concreta, no necesaria ni probablemente”. Con respecto a la racionalidad, el desarrollo de la Inteligencia Artificial habla por sí sola: en incontables cuestiones las máquinas son más inteligentes que los seres humanos. ¿Es, por tanto, la capacidad de pensar y razonar lo que nos distingue y forma parte de nuestra esencia? Retomamos la pregunta del principio: ¿aquellos con menos inteligencia o enfermos serían menos humanos? Este aspecto no puede definirnos en nuestra especificidad.

AUTOCONCIENCIA… ¿Y QUÉ MÁS?

Quizá existan otros rasgos que se hayan obviado en este proceso: ¿qué hay de la volición, de la afectividad o la sensibilidad? En este punto volvemos al inicio del presente texto: la conciencia (o mejor, autoconciencia como señala Arana), por la que “es capaz de verse mientras ve y que en cada uno de sus actos se constituye a sí misma como sujeto, despegándose de los contenidos que en primera instancia la ocupan”. Se trata de un aspecto constitutivo prácticamente inexplicable, pero es lo único que nos asegura una autoposesión, por el que podemos ser libres. ¿Por qué se trata de algo inexplicable? Porque los procesos físicos del cerebro son la base de la autoconciencia, no obstante, no se pueden distinguir los procesos cerebrales que son conscientes de los inconscientes, especialmente porque en los primeros se entremezclan ambos.

cabe afirmar que la conciencia se trata de algo insoluble: cualquier percepción o sensación se hace consciente

Insistimos en la pregunta: ¿qué sucede entonces en una persona en estado vegetal, por ejemplo? Aparentemente no hay autoconciencia. Y conviene traer a colación unas palabras del filósofo del que venimos hablando: “Pese a afirmaciones ocasionales de lo contrario, nunca se ha demostrado de manera concluyente que una lesión de una porción restringida de la corteza cerebral conduzca a la pérdida de la conciencia”. Por tanto, cabe afirmar que la conciencia se trata de algo insoluble: cualquier percepción o sensación se hace consciente.

Resulta difícil el punto intermedio entre el progreso y la conservación, porque caben numerosas mejoras y avances en el campo tecnológico y científico para la prevención o sanación de enfermedades. El punto para discernir si nos estamos fijando exclusivamente en el “valor” de lo humano en lugar de su dignidad sería si estamos dispuestos a cambiar aquello que supone nuestra identidad: la libertad procedente de la conciencia. “Si desde el principio es un hecho que la libertad humana no puede subsistir sin la naturaleza, las cosas han llegado a un punto en que tampoco la naturaleza humana sabe salir adelante sin la libertad”. Conviene por tanto no ignorar los posibles daños que se pueden suceder con nuestros actos o nuestros avances en el progreso. 

Un último apunte con respecto a lo que nos identifica con quiénes somos, no únicamente lo que somos, guarda relación con lo que piensan expertos contemporáneos acerca de las categorías tradicionales para designar la naturaleza humana: ente y esencia, acto y potencia, sustancia y accidente, etc. se refieren a cosas del mundo pero no a la persona, porque su dimensión relacional no se “ve” en las cosas, sino que parte de la experiencia. Además, somos históricos y nos vamos transformando y esto no sucede en el esquema acto y potencia. Ser hombre o mujer significa una pluralidad esencial de dimensiones en las que no sólo experimentamos el mundo, sino a nosotros mismos, y dicha pluralidad se funde en una unidad. Por este motivo, si queremos hablar de ‘personas’, las categorías antes mencionadas derivan de ‘cosas’, no de una realidad personal. El concepto de sustancia no implica la historicidad y la relacionalidad que nos caracteriza.

Ott propone algunos modelos de realidad personal, considerando la dignidad, la individualidad y la responsabilidad. No obstante, termina afirmando que el más “original” sería el de reciprocidad, tomado asimismo de Buber:

“Es forma de pensamiento porque y en cuanto estructura- de-ser. La categoría (o el existencial) es aquí realmente tomada del modelo del encuentro humano, del encuentro entre personas humanas, al contrario que en categorías como sustancia, potencia o acto, que son tomadas del mundo de las cosas o de los vegetales. La estructura-de- ser se convierte necesariamente en forma-de-pensamiento, porque el pensamiento, con un procedimiento fenomenológico, penetra en el modo de ser específico del fenómeno que quiere pensar. Que se trate de un concepto estructural (categorial o existencial, como se prefiera) y no de un concepto individual, resulta del hecho de que todas las relaciones existenciarias personales y los comportamientos como amor, odio, fidelidad, confianza, desconfianza, etc. son siempre variaciones de la reciprocidad, y a su vez la reciprocidad es la estructura existencial-ontológica intrínseca a todas estas innumerables variaciones. Bien mirado, con ningún fenómeno personal, humano, descendemos de la ontoteología de la reciprocidad a una ontología de la sustancia”.

Cabe destacar que la noción de persona surgió desde la tradición judeocristiana, pues es el concepto con que se le asigna al Dios Trino. Cicchese cita la hipótesis Dios de Ott en su libro explicando que “Dios, siendo persona, no es una sustancia, sino que es y vive Él mismo en la reciprocidad. Precisamente, Él vive la reciprocidad, el elemento esencial de todo ser-persona incluso antes de la creación del mundo, ya en sí mismo: como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta es, en cierto modo, la forma originaria de la reciprocidad”.

Vuelve quizá la pregunta acerca de nuestra identidad, y esta cuestión con la “improbabilidad” del azar de nuestra existencia en concreto (como personas determinadas con un nombre, una nacionalidad, un temperamento, una historia, etc.), nos revela que respondemos a un “querer” explícito por el que cada uno existe. En definitiva, la palabra que mejor designa esta realidad es el hecho de ser “hijo de alguien”. Si fuéramos meramente fruto del azar, nuestra dignidad quedaría en entredicho. Asimismo, influye en la autoconciencia de ese querer de nuestra existencia.

 

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ELVIRA LORENZO López (Madrid, 1990) es filóloga, apasionada de las palabras, los libros y el lenguaje. Se dedica profesionalmente a las áreas de alimentación y alojamiento en el sector Hospitality.
Lleva escribiendo desde muy pequeña: narradora de historias, necesita profundizar en la realidad, el corazón y la mente de las personas, los hechos… para poner palabras, nombrar. “Con ellos puedo verme metida en circunstancias y situaciones que quizá no viviría, y así desarrollo una visión mucho más amplia y me hago capaz de comprender más profundamente a las personas con las que me cruzo. Es como si viviera más vidas además de la mía”.
Ese mundo de palabras la conduce a su trabajo: ambos se integran con el único fin de poner a la persona en el centro; las palabras le permiten “encontrarse” con la materialidad de la gente para impulsar su crecimiento y cuidado al máximo. Además, se implica en muchos proyectos de formación y desarrollo de jóvenes, relacionados en su mayoría con su trabajo.
Es autora de un blog de literatura y escritura: Sonido de ánsar; donde sugiere libros, y publica textos de autores reconocidos, de lectores del blog y escritos propios (poesía, relato, prosa poética).